

Nos deshacemos del embrujo de la
Cappadocia y continuamos viaje. Si la entrada en
Turquía nos
sorprendió por lo europeizado que estaba el
país, a medida que pedaleamos hacia Oriente, éste se transforma en ese lugar que
imaginábamos. Por las aldeas que encontramos en el camino se multiplican las ocasiones en las que nos invitan a un
chay (té), pero
también aumentan nuestros rechazos pues de lo contrario sería imposible avanzar.

El verdor del fondo de los valles contrasta con la aridez de las altas montañas que los rodean.
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