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Las entradas están ordenadas cronológicamente de abajo a arriba!!!

Cordillera del Kaçkar.

Las abruptas carreteras de las montañas del Este, pasan factura en nuestros maltrechos cuerpos. La ocasión es aprovechada por un inoportuno intruso, que se hace fuerte en nuestros estómagos.
En Yusufeli, al sur de la cordillera del Kaçkar, nos tomamos un merecido descanso. Alternamos carreras al baño, fortasec y paseos por los alrededores. Este valle posee un microclima lo que permite una amplísima variedad de cultivos: arroz, alubias, viñas... El lugar es también destino obligado para los amantes del trekking. A pesar de que sus picos más elevados no superan los cuatro mil metros, el ambiente nos hace creer que hemos llegado a los Himalayas. Salvajes y caudalosos ríos, tirolinas que cruzan los mismos, aldeas y terrazas de cultivos en lugares inverosímiles... Tan solo, la extraña imagen de mezquitas en estos valles tan verdes nos devuelve a la realidad.
Cuando nuestras tripas fraguan, abandonamos el lugar y acompañamos al río Coruh (famoso por su rafting) en su camino al mar. Pero el lógico descenso nos tiene reservadas un par de "sorpresas". La construcción de una macrocentral eléctrica nos obliga a remontar un fuerte desnivel. Más tarde, el río se interna en territorio georgiano, por lo que no nos queda más remedio que ascender un nuevo collado para atravesar los Kaçkar. La vertiente norte de estas montañas nos recompensará con el espectáculo de la recolección de la hoja del té.
Después de dos meses por territorio turco llegamos, al fin , al Mar Negro.

Alí y el oso goloso.

Después de tres jornadas muy duras, remontamos ahora el curso alto del Eufrates. Camino de Erzurum rodamos por los limites del kurdistán turco y eso se nota en los numerosos controles y abundante presencia militar, - Passport, where are you go?
A los 100 km. de pedaleo encontramos el campamento ideal: fuente, mesas... Tras la ducha botellón y los estiramientos, buscamos un lugar en donde colocar el chador (tienda). En esas estamos cuando aparece un hombre. Este nos advierte que el lugar no es seguro para dormir, comandos militares patrullan la zona por la noche.
Como el caqui no es nuestro color preferido, aceptamos su invitación y caminamos hasta su cabaña de montaña. Alí es pintor, pero en sus ratos libres se dedica a la apicultura. Varias decenas de cajas con colmenas rodean su morada.
- Alí, para que usas la escopeta?
- Para defender las abejas. - Este tío la emprende a tiros con los abejarucos, pienso.
Aunque Alí domina el inglés como nosotros el turco, es muy vivo y enseguida dibuja un enorme animal en su cuaderno.
- Queeeé?
Sabíamos de la existencia de plantígrados en Turquía pero nunca pensábamos que pudieran estar tan cerca, ni de su descaro para robar miel. Esa noche en la cabaña de Alí, soñare con el oso.

Mientras amaina la tormenta.

A punto de coronar el collado de acceso a Divrigi, empiezan a caernos las primeras gotas. Esprintamos para refugiarnos bajo unos solitarios árboles. Al lugar llegan también unos jóvenes pastores. Cuando la tormenta arrecia nos invitan a guarecernos en su cabaña. Para nuestra sorpresa, en ella se encuentran tres mujeres (sus madres y abuela) horneando chapatis. Cómo no, enseguida nos ofrecen algo que llevarnos a la boca. Risas, fotos (que de nuevo tendremos que enviar) y besos de despedida, que el cielo está de nuevo azul.

Los kafkas.

Elegir carreteras secundarias tiene sus momentos malos (desaparece el asfalto, cruces sin señalizar...), pero también reporta pedalear sin tráfico por lugares perdidos de la mano de Alá.
A casi 2000 mt. de altura, en las montanas del Este de Turquía, llegamos a la aldea de Karakuyu. El sol desaparece en el horizonte y la temperatura desciende bruscamente. Nos abrigamos y nos disponemos a montar la tienda. Un hombre en mangas de camisa nos indica que la coloquemos al resguardo del viento junto a su casa. Sami y su familia, así como muchos de sus vecinos, son los descendientes de exiliados que hace unos 200 años abandonaron el norte del Cáucaso. Estos se asentaron en pequeñas colonias repartidas entre Turquía, Siria y Jordania. Los kafkas se muestran muy orgullosos de su origen y aunque convertidos al islam, siguen manteniendo su lengua y costumbres.

El Este, una Turquía diferente.

Nos deshacemos del embrujo de la Cappadocia y continuamos viaje. Si la entrada en Turquía nos sorprendió por lo europeizado que estaba el país, a medida que pedaleamos hacia Oriente, éste se transforma en ese lugar que imaginábamos. Por las aldeas que encontramos en el camino se multiplican las ocasiones en las que nos invitan a un chay (té), pero también aumentan nuestros rechazos pues de lo contrario sería imposible avanzar. El verdor del fondo de los valles contrasta con la aridez de las altas montañas que los rodean.

Adiós Cappadocia.

La Naturaleza y el hombre en armonía.

En ocasiones, el ser humano se empeña en destrozar lo que la naturaleza ha creado (contaminamos mares, desforestamos selvas...) en otras, es la naturaleza la que se toma la revancha, destruyendo lo creado por el hombre (terremotos, inundaciones...)
En Cappadocia, en pleno corazón de Turquía, al fin parece que ambos se pusieron de acuerdo, creando esta maravilla. Primero, el tiempo y la erosión se encargaron de dar forma al lugar. Más tarde, los diferentes pueblos que habitaron la región (hititas, persas, romanos...) fueron excavando esta roca volcánica, construyendo así viviendas y lugares de culto.
Hoy en día Cappadocia se confirma como el mayor atractivo turístico del país.

Una familia muy viajera.

Durante los doce días que nos tomamos para visitar Cappadocia, elegimos el camping de Avanos como "campamento base". Por este lugar pasan cantidad de viajeros, pero entre todos ellos nos sorprende esta familia corsa. Hace algún tiempo, la pareja y el hijo mayor viajaron dos años y medio a través de Europa, Asia, América y Oceanía. Ahora, en compañía del pequeño Hugo se disponían a cruzar Siria, Jordania para saltar después a África y recorrer ésta durante un año.
El padre, un enamorado de Pakistán, nos explica sobre el mapa, los lugares que no debemos perdernos.

Sin dinero.


Sabíamos que Europa no era barata y pensábamos que al llegar a Turquía nuestros bolsillos se iban a recuperar. Pero este país no es  barato y se nos termino la plata, por lo que no tuvimos otro remedio que trabajar para sacar algún dinerillo.

Reflexionemos!!!

Cervantes nos cuenta que Quijote, tan obsesionado estaba con las historias de caballería, que veía gigantes donde tan sólo había simples molinos.

Y tú,
¿Qué ves tu en esta inocente imagen?


¿Cuáles son tus obsesiones?



Pincha en la foto y verás las nuestras.

La etapa "gueina".

Para evitar lesiones y gozar de buena salud, antes de comenzar el viaje nos propusimos tres cosas:
- realizar al final de cada jornada los pertinentes estiramientos, abdominales...
- intentar nos bajar de peso alimentándonos lo mejor que pudiéramos o que las circunstancias nos dejaran.
- evitar etapas que sobrepasaran el centenar de kilómetros.
Hasta el momento veníamos cumpliendo estos "mandamientos", pero al salir de Ankara camino de Capadocia, el viento de culo y las ganas de llegar a otro de los platos fuertes del viaje, hace que al final de la jornada el cuenta señale los 130 km.
Saltarnos esta premisa tendrá como recompensa que nuestra llegada a la Capadocia coincida con la bajada de Celedón. Mientras miles de Gasteiztarras encienden su puro, nosotros nos conformaremos con una cerveza bien fría.

Del vergel al desierto.

Desempolvamos las bicis y esquivamos el denso tráfico de Estambul cruzando de nuevo el Mar de Marmara hasta Yalova.
Sabemos que Turquía es un país de gran producción agrícola y mientras pedaleamos comprobamos la variedad de sus frutos: melocotón, berenjenas, sandias... Sentimos la tentación de estirar el brazo y degustar alguna fruta, pero no es necesario. La gente del lugar se encarga de sobrecargarnos las alforjas, alguno incluso insiste en que carguemos unos melones. Pensamos en poner un puesto en el mercado.
Después de 20 días de inactividad, las piernas se resienten en cada cuesta y son muchas pues desde el nivel del mar debemos remontar unos cuantos metros hasta encarmarnos en lo alto de la meseta de Anatolia. Nos duelen las piernas, pero nos consolamos viendo como hombres y mujeres doblan la espalda en el campo bajo un sol de justicia.
Al igual que nos ocurrió años atrás en la vecina Siria, la población musulmana es increíblemente hospitalaria y no faltan ocasiones para ofrecernos comida, ducha, lugar donde dormir o compartir un picnic. Pero esto conlleva a su vez una total ausencia de tranquilidad, se acabo eso de estirar, leer, dormitar...

A partir de Nallihan el paisaje cambia bruscamente. El verde de cultivos y bosques dará el relevo a diferentes tonos ocres que nos acompañarán largo tiempo.

¡Saliendo del armario!

Por increíble que parezca, la ducha en el hotel de Beypazari se encontraba dentro del armario.

GAS o LINA.

El elevado precio del combustible en Turquía (unas 300 pts. de las de antes), obliga a la mayoría de los vehículos a utilizar gas.

Travesía azul.


En Fethiye embarcamos en una goleta y durante cuatro días recorreremos en este velero sin velas la sinuosa costa hasta Derme. Cuatro días que dedicaremos a pescar, leer, bucear... pero también a charlar con Cristina y Brett (una pareja rumana- estadounidense). Cuatro días en definitiva que nos servirán para descansar y coger las fuerzas necesarias antes de retomar el viaje en bicicleta.




De vuelta a Estambul tenemos buenas noticias: después de veinte días... al fin la visa de Irán!!!
Turismo sin bicicleta.




Después de una semana en Estambul es hora de cambiar de aires. Dorleta y Aitor, que se encuentran viajando por Bulgaria deciden hacernos una visita. Buscamos un lugar neutral donde reunirnos y retrocedemos en bus hasta Edirne, en la frontera con Bulgaria, donde nos juntaremos con nuestros amigos. Estos además, nos aprovisionarán de algunas cosas que necesitamos: repelente, cremas, libros de lectura... y entre todo, una inesperada botella de Rioja. Son varios meses conversando sólo entre nosotros dos, por lo que nos falta tiempo para hablar. Nos ponen al día de lo acontecido por casa: cambio de alcaldía, la Real a segunda...

Entre cháchara y cháchara sacamos un rato para ir a un haman. -¿Quien dijo que los masajes resultan placenteros?- Nuestros gritos de clemencia no hacen mella en el torturador, pues éste tiene el corazón tan frío y duro como el mármol donde se asientan nuestros doloridos cuerpos.

Con pena, nos despedimos de Aitor y Dorleta y ponemos rumbo al Sur.

No somos apasionados de las piedras, pero Efeso reune uno de los restos arqueológicos más importantes del país.

Abandonamos Efeso y nos dirigimos ahora a uno de los lugares más representativos y fotografiados de Turquía. La visita a Pamukkale nos decepciona en parte, pues una mala gestión y una nefasta política medioambiental han hecho que gran parte de las bañeras calcáreas se hayan secado.

En autobús continuamos al Sur hasta la localidad costera de Fethiye, donde nos embarcaremos cuatro días en una goleta. Nos cuesta creer que nos encontremos en Turquía y no en cualquier destino turístico del mediterráneo español: tiendas de souvenirs, alquiler de quards, cuerpos en bikini, aquapark... y lo más sorprendente, los precios en libras.




Estambul.
Mientras esperamos a que nos tramiten los visados de Irán (entre diez y quince días) aprovecharemos para aburriros con unas fotos.





Rumbo a Estambul. El portal de Asia.

Colocamos la tienda junto a la iglesia de un pueblo a pocos kilómetros de la frontera turca. A la mañana siguiente, mientras desayunamos un hombre se acerca - Será el refunfuñón, el curioso...?  pues no.- De la bolsa que lleva en la mano saca pan, queso y unos tomates. Y con una enorme sonrisa nos dedica el último Kalimera.
- ¿La hospitalidad musulmana va cruzando fronteras?-

Más contentos que unas castañuelas recogemos nuestros bártulos y nos acercamos a la muga. Diez euros, visa para tres meses y bienvenidos a Turquía.

Descartamos la linea recta que lleva hasta Estambul, pues por esta carretera confluyen todos los vehículos provenientes de Europa. En su lugar daremos un rodeo, bordeando el Mar de Marmara.

Lo primero que nos llama la atención es la enorme presencia militar en la zona. Día y noche, el estruendo de los cazas surcando el cielo.

En Gelibolú conocemos a Aitan y Eser. Madre e hija viven a caballo entre Amsterdan, Estambul y este tranquilo lugar. Ambas poseen gran cultura y una buena educación (Eser habla a la perfección ocho idiomas). Ellas nos ponen al día sobre la historia y costumbres del país.

Un transbordador nos cruza el estrecho de Dardanelos y pedaleamos ahora por la costa sur del Mar de Marmara. Numerosos cargueros circulan por la zona, pues es el único paso entre el Mar Negro y el Mediterráneo.

Lejos de la imagen preconcebida que teníamos del paisaje de Turquía, nos sorprende el intenso verde de los arrozales, los bosques de pinos, encinas y robles o las enormes plantaciones de girasol.

En ocasiones, abandonamos el asfalto y buscamos "atajos" por caminos de tierra, pero éstos acaban duplicando el kilometraje. A su favor, disfrutamos de una compañía de lo más variada: un zorro, culebras, galápagos, cigüeñuelas, carpinteros y algún tipo de ibis.

En Bandirma tomamos un ferry para cruzar de nuevo el Mar de Marmara y desembarcamos en Estambul el día y a la hora que en Pamplona se escucha el cohete de inicio de los San Fermines.

Ni un pelo de tonto.
Ante la anunciada segunda ola de calor, decido que es hora de cortarme la melena. Entro en la peluquería, me acomodo en la butaca y a partir de ese momento quedo a merced de mi peluquero turco.

Tras dar por finalizado en acordado rape, desenvaina sus tijeras pues debe creer que mis pobladas cejas desentonan con el nuevo look.
Terminado esto, las tijeras se dirigen ahora a los orificios de mi nariz.
-Yo solo venía a cortarme el pelo!-
Pero ahí no acaba todo, cuando parece que a concluido el esquile, el tipo saca un mechero y lo acerca peligrosamente a mis orejas.
-¿Pero este tío que hace?- Aunque un bombero nunca debe temer al fuego, cierro los ojos mientras empiezo a percibir cierto olor a chamusquina. Cuando al fin decido abrirlos, compruebo que en mis orejas no queda ni rastro de pelusilla.

Con cara de susto y olor a pollo quemado salgo de la peluquería.


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